Namer...

Así es como nombran a los creative namers, los que se dedican al naming... Los que piensan y proponen nombres de marca, vamos. Pero se dice en inglés porque en castellano queda feo.

Esto del naming... te tiene que gustar, porque según cómo te puede hacer estallar los sesos. Se determinan las áreas de búsqueda, sí, pero entre las mil conexiones se pueden barajar infinitos nombres. En la ducha, en tus sueños, en la gracia del verdulero hay un posible finalista. Así que hay que saber decir basta para no acabar mal de la cabeza y dejar reposar el tema. Y a lo mejor tienes un nombre de putísima madre, bonito, guapo, con gancho y libre de registro (este es otro tema) pero el cliente no opina lo mismo; de hecho, ningún miembro de la empresa opina lo mismo que el otro... Y es que los gustos sobre nombres son muy personales, si no que se lo pregunten a los padres de Ana Mier de Cilla, Francisco José Folla Doblado, Dolores Fuertes de Barriga, Eva Fina Segura (nombres reales según la revista Muy Interesante) o a Lorenzo Lorenzo Lorenzo, alias Lorenzo al cubo, el padre de un amigo mío.

A mí más que gustarme... es que lo llevo en la sangre. Mi padre siempre se inventaba palabras divertidas que han pasado a formar parte del vocabulario de la familia, y yo con no más de seis años inflaba globos de colores y los bautizaba. Luego les cogía cariño y cuando se petaban no era como perder un simple globo; mis hermanos se reían pero a mis hijos eso les gusta, todos sus muñecos tienen nombre. Cuando jugando en el parque le preguntamos a algún niño cómo se llama su bombero de Playmobil, el pobre nos mira extrañado y responde «Bombero...».